¿Bailar? Bailar aquí no

Alguien se ha esforzado por cohibirnos y reprimir ese impulso bailarín que no dudo que todos llevamos dentro.

Nos avergonzamos de nuestro propio cuerpo en movimiento y sólo logramos sentirnos a gusto dentro de una coreografía, dentro de un patrón que nos guíe y nos conceda el privilegio de la integración en el grupo.

 

Las redes sociales son como un bosque infinito por el que uno puede darse un paseo y encontrarse con fauna y flora de lo más diverso. Tan pronto te deprimen con un documental sobre el cambio climático como te sacan una sonrisa con el vídeo de un gato haciendo macramé. Esta semana yo me quedo con el vídeo de esta mujer dándolo todo al ritmo de la música durante el descanso de un partido de la NBA:

 

La difusión de este vídeo viral coincide con el estreno en Barcelona de Festa de Balls per Salvar el Món, espectáculo dirigido por Miguel Ángel Blanca, cantante de Manos de Topo, que ha aterrizado en el Antic Teatre de Barcelona durante este fin de semana, dentro de la programación del Off Sant Jordi.

Festa de Balls per Salvar el Món, ganadora del Premi Puig-Porret del 2015, es un espectáculo muy fiel a su título, ya que, más allá de construir un guion coherente o una historia convencional, se trata de una fiesta en la que el público juega un papel fundamental y cuyo eje central es un recorrido por las grandes catástrofes de nuestra historia reciente vinculando absurdamente cada una de ellas con una coreografía de éxito, del estilo de La Macarena, el Aserejé o el Gangnam Style. Sin entrar a juzgar la calidad de la función en sí, creo que lo más aprovechable de esta propuesta artística es sin duda su mensaje, probablemente oculto a primera vista. Básicamente, lo que se desprende de este pequeño caos apocalíptico protagonizado por María G. Vera y Jordi Vilches es que a lo largo de la historia se nos ha ido entrenando para que bailemos únicamente cuando y donde toca y, a ser posible, de manera organizada y coordinada, únicamente como mecanismo de evasión y distracción.

Retomemos ahora a la mujer que anima efusivamente a su equipo bailando. ¿Por qué se ha hecho viral el vídeo? ¿Qué es lo que tiene de especial y divertido? Seguramente a la mayoría nos hace reír porque la mujer es de edad avanzada (nótese que el efecto no sería el mismo si se tratase de una jovencita) y porque decide soltar su cuerpo al ritmo de la música en un contexto que no está diseñado específicamente para ello. No está en una discoteca, ni en una escuela de danza, tampoco en la intimidad de su casa. Está en un espacio público en el que el comportamiento convencional no suele ir más allá de los gritos, cánticos y aspavientos varios. Pero ¿bailar? Bailar aquí no. Salvo que seas una cheerleader y en ese caso debes limitarte a seguir la coreografía marcada y pobre de ti que te equivoques en un paso.

Desde que tengo uso de razón siento el impulso irreprimible de moverme en cuanto escucho las notas de cualquier música con un mínimo de ritmo y me cuesta creer que al resto de la humanidad no le pase exactamente lo mismo. Dejémonos de cortesía: no me lo creo y punto. No me creo que exista ser en el mundo cuyo cuerpo no se inmute al sentir el ritmo de cualquier tema de Michael Jackson, por mencionar a algún rey del beat.

Lo que sí creo, en cambio, en línea con mis habituales teorías conspiradoras, es que alguien se ha esforzado por cohibirnos y reprimir ese impulso bailarín que no dudo que todos llevamos dentro. Me refiero a ese extraño vínculo entre el baile y el sentido del ridículo, a esa vergüenza roja como un tomate que se apodera de los miembros de una fiesta cuando aún no han ingerido ni un centilitro de alcohol, a ese tierra trágame cuando se forma un corro en la discoteca, ese pie contenido marcando el ritmo contra el suelo disimuladamente porque si me suelto aquí van a pensar que estoy loco. Ahí está el quid de la cuestión: el baile desordenado y/o fuera de lugar es identificado inmediatamente como síntoma de locura o de enajenación mental. ¿Qué nos han hecho? ¿Cómo hemos dejado que se apoderen de esta libertad corporal sin normas ni sentido?

Nos avergonzamos de nuestro propio cuerpo en movimiento y sólo logramos sentirnos a gusto dentro de una coreografía, dentro de un patrón que nos guíe y nos conceda el privilegio de la integración en el grupo. El clásico «Follow de leader» que tanto éxito tuvo en mi época es tan buen ejemplo que hasta asusta.

Decía Samuel Beckett que el orden natural es bailar primero y pensar después y, ciertamente, esa es la única vía posible hacia la libertad del movimiento. Hasta el destructivo Nietzsche reconocía el valor necesario de la música como estímulo de los sentidos y las emociones. De hecho, algunos estudios antropológicos demuestran incluso que los grupos con más probabilidades de sobrevivir han sido siempre aquellos que eran capaces de compartir sus sentimientos a través del baile.

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En definitiva, es más que evidente que bailar nos hace más felices y la ciencia se han encargado de demostrarlo en más de una ocasión. Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto? ¿A qué viene tanto remilgo con algo que no perjudica a nadie y en cambio nos garantiza un estado mental muy deseable? Insisto en que hay algo que no me cuadra y tal vez si decidiéramos romper de una vez por todas con ese tabú del baile cuando y donde no toca, si nos comportásemos como «locos» de vez en cuando, si dejásemos de seguir las coreografías marcadas…, entonces supongo que el negocio de las discotecas perdería su razón de ser y Miquel Iceta sería presidente. Vale, no he dicho nada.

 

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